martes, 22 de noviembre de 2016

EL NUEVO PRESIDENTE

Viajó lejos para verse con otros presidentes de grandes y pequeñas naciones a los que previamente les invitó a participar en ese encuentro del que un nuevo día tendría que amanecer para este viejo mundo. En la cita, les  dijo que era el momento, el lugar y la hora para cambiar el paradigma que tantos y tantos siglos había estado dirigiendo nuestro planeta. El lugar elegido por el nuevo presidente fue Alepo. Las cancillerías no salían de su asombro y todo eran negativas y excusas por la ubicación del evento, que ese emplazamiento era una locura, que era como sentenciar la muerte de cada uno de ellos. No entendían nada  y requirieron, no una, sino varias veces, la confirmación por si se trataba de algún error. No lo había. La reunión sería en Alepo, aunque sería mucho mejor decir en lo que quedaba de esa ciudad, y cada uno era muy libre de asistir o no. Así que todos los involucrados en ese conflicto  tendrían que tomar las medidas oportunas para que tal encuentro pudiera tener lugar con todas las garantías de la máxima seguridad.

Disponían de cinco días para conseguirlo. Una vez digerida la convocatoria todo fue un no parar de comunicados y órdenes y, al segundo día, cesaron los bombardeos, los cañonazos y todos los disparos. Una gran calma llenó de un silencio absoluto esa ciudad masacrada.

Al amanecer del tercer día, largas filas de camiones avanzaban hacia la ciudad con alimentos y medicinas, y, lo más importante, con cientos de voluntarios dispuestos para atender a los miles de personas que, en estado más que crítico, se hallaban presas de una guerra que ellos no iniciaron y que les fue impuesta. Los cascos azules de la ONU tomaron la ciudad y todos los combatientes fueron retirados, sin sus armas, a posiciones alejadas de la localidad. Las gentes, hombres, mujeres, ancianos y niños perplejos y asombrados no salían de su sorpresa y en sus rostros polvorientos se abrían paso ríos de lágrimas tras demasiados años de gratuito e innecesario sufrimiento.

Al cuarto día, ya reposadas las nubes de polvo y tierra,  la luz del astro rey dejaba ver el dantesco espectáculo de una ciudad arrasada y sumida en el silencio profundo que solo el mayor de los terrores es capaz de imponer. Habían transcurrido seis años de una guerra sin sentido y que, como todas, solo había servido para el incruento sacrificio de miles y miles de vidas humanas únicas, incomparables e irrepetibles.

Los supervivientes salían de entre las ruinas y de aquellos escondrijos que les habían servido de refugios, con sus cuerpos sucios, famélicos, infectos, heridos y con sus rostros demacrados y enjutos. Se acercaban ávidos a los puestos desplegados para socorrerles, adelantando sus brazos y manos con la esperanza de alcanzar agua y alimento.

En la novena hora del quinto día, el nuevo presidente agradeció la asistencia y la valentía de aquellos que optaron a comparecer a su cita. 

Les dijo que ya no era admisible continuar con tanto sacrificio y tanta calamidad, que todos los seres humanos tenían el mismo derecho para ser felices y dejar de estar esclavizados por una serie de dogmas antiguos y por una retahíla de falaces engaños y de no sabemos qué intereses económicos, financieros y demoníacos. Que el conocimiento alcanzado permitía el desarrollo de nuevas tecnologías para que la energía fuera abundante, limpia y gratuita. Que los recursos son suficientes para todos, siempre que seamos consecuentes y coherentes y no antepongamos los viejos provechos por encima de la nueva voluntad mundial que él pretende instaurar junto con ellos. Se imponía acabar con toda obsolescencia programada y con el despilfarro de los recursos naturales.

También les dijo que no quería ver en los informativos de todas las cadenas televisivas y de la prensa mundial más imágenes de bombardeos, ni de explosiones que destruyen y acaban con millones de seres humanos sin sentido alguno. Que por su parte había dado las oportunas y categóricas órdenes para cerrar toda la industria armamentística y replegar todas sus tropas de las bases en los países aliados. Que sus fuerzas armadas están siendo disueltas y que en la Nación que él preside ya no se estudiarán más las estrategias de guerra ni los complots económicos ni las conspiraciones políticas para forzar la voluntad de otros. Él ya ha dado ese paso y espera que sus homólogos hagan lo mismo.

Que es la hora de encerrar en museos del horror toda esta infernal parafernalia de matar por matar, para que queden las pruebas de lo que fuimos y para que nuevas generaciones eviten la reproducción de tales calamidades inútiles y de tantos crímenes en masa que desprecian lo más sagrado que nos fue dado: LA VIDA.

Les ha recordado lo infructuoso que han sido siempre tales actuaciones, cuando se consideran las pérdidas de vidas y no solo la ganancia económica de tal o cual acción. Que las relaciones entre unos y otros países, entre unos y otros continentes, no han de estar basadas en la fuerza de las armas, sino en la colaboración y en el intercambio mutuo, sin imposiciones leoninas, ni estrangulamientos de los uno a los otros por intencionadas y falsas razones.

Que es el momento y la hora de olvidar el chantaje, el engaño y el uso de la fuerza como los únicos modos de relacionarnos. Que la solidaridad y la generosidad nos harán más transcendentes y poderosos en nuestra nueva aventura. Pues, como una especie verdaderamente inteligente y poseedora de los mejores y más altos sentimientos, otros han de ser los retos. Hemos de olvidar la ignominia de estar matándonos los unos a los otros.

Que es ya el tiempo para dignificar nuestro espíritu y hacernos dignos del nombre de nuestra raza: HUMANOS.

Les ha comentado que nuestros avances han estado lastrados por la vergüenza de sus métodos y por el camino equivocado al que eran dirigidos. Que nuestro atraso en todos los campos del saber se debe solo a un primitivismo alentado desde mentes maquiavélicas que han de ser retirados de todo centro de decisión. ¡Que ya está bien! El interés ha de cambiar su significado actual y su parcial sin-sentido. El objetivo no ha de ser otro que el salvaguardar la vida de cada uno de nosotros esté donde esté y de todo aquello que nos rodea, pues es imposible olvidar que esta tierra y todo cuanto en ella es,  no son más que el origen y el sustento de nuestra propia existencia como especie. Entre todos podremos reconducir estos caminos desconectados de la felicidad e iniciar la dignificación de este planeta y de todos los seres vivos que en él cohabitan. Olvidemos los PIB (Producto Interior Bruto) y centrémonos en los FIB (Felicidad Interior Bruta) de todos los ciudadanos de nuestras naciones. Esa y no otra ha de ser nuestra riqueza y nuestra única meta. A eso os invito, a eso os reto.

Sobre la mesa no había documento ni protocolo alguno para firmar. Su firma consistió en levantarse de su silla y dar un abrazo a cada uno de sus interlocutores. Un abrazo sincero, profundo y lleno de esperanzas para este futuro que hoy recién empieza, con el final de la que ha de ser la última guerra entre humanos.

 Tiempo para dejar todo acto de barbarie, aislarla y olvidarla. Tiempo para comenzar una verdadera Edad de Oro de la Humanidad

…Tiempo para fijarnos en las estrellas.


¿Habrá algún día un nuevo presidente como este?