Durante más de un siglo las élites de este mundo confluyeron en la
necesidad de crear un Nuevo Orden Mundial. La revolución industrial y la
entrada en la edad moderna hacían necesario nuevos planteamientos con la única
intención de mantener, ellos, sus privilegios y supremacías. Y, sobre todo,
mantener el control del mundo y de sus habitantes.
El desarrollo, ya del todo inevitable, debía de ser tutelado por las
mentes más preclaras y servidoras del siempre oculto poder en la sombra. A cada
avance en el terreno que fuera, se le aplicaba el correctivo adecuado para que
mantuviera, aquel, las riendas del poder. Y cualquier otro desarrollo técnico
que implicara la falta de su control, simplemente era eliminado o, cuanto
menos, manipulado y tergiversado para cumplir no con la función de su creador,
si no con la que a ellos les interesara.
Sólo fue necesario un poco más de un siglo para que el hombre avanzara
en su desarrollo tecnológico como nunca en los milenios anteriores. Quizás, estoy convencido de ello, ese avance no hubiera sido posible sin alguna
intervención ajena a esas élites y a este mundo. Al fin y al cabo, a ellos
nunca les interesó avance alguno, nunca lo necesitaron para sus vidas llenas de
comodidades y privilegios que, por otro
lado, siempre fueron y son inalcanzables para las mayorías.
Pero como el negocio siempre es el negocio y acaba imponiéndose, no
tuvieron más remedio que aceptar esas nuevas realidades tecnológicas, siempre y
cuando éstas, se mantuvieran bajo su control y nunca significaran libertad, ni
igualdad, ni fraternidad para el populacho, si no todo lo contrario.
Al tiempo, el mundo se les fue haciendo más pequeño y en unas pocas
horas era posible recorrerlo en su totalidad, atrás quedaban los ochenta días
de Verne. Tan sólo unos segundos para ver y hablar con quienes se encontraban a
miles y miles de kilómetros de distancia y a todo color. En su globalidad, éste
mundo ya era asumible para continuar,
para ampliar su forma de gobierno totalitario y oligárquico. Su herramienta más
poderosa siempre fue y es el dinero. La parafernalia intrínseca orquestada
desde sus mentes más abyecta acrecentaba su control total sobre el mismo. Un
enjambre de productos destinados exclusivamente a quitar el dinero a los
incautos ciudadanos y provocarles la ruina a ellos y a sus Estados. Mientras
este final llegaba, nos hicieron creer en unas leyes que, hoy, se demuestran
totalmente falsas. Son pantomimas de esta obra teatral en la que han convertido
a este desgraciado mundo.
Hoy los países más desarrollados, aquellos que posibilitaron gran parte
de todo ese desarrollo, están en banca rota. En la más absoluta de las miserias,
sus deudas son ya impagables. No hay suficiente dinero físico para hacerlo. Sus
ciudadanos han comenzado a perder todo cuanto poseían, ya se encargan los
gobernantes más ineptos de hacerlo. Y no sólo se trata de perder las
propiedades o los dineros, también de los derechos ganados por la sangre
perdida de sus antepasados más o menos inmediatos. Nuestras democracias se
están destruyendo a pasos agigantados y asistimos, todos, en silencio a su
derrumbe. Todo en un falso camino que no conduce a ningún final feliz. No son
tan tontos como para ignorarlo, sólo ejecutan lo que se les dice en la oscuridad.
Los inútiles gobernantes son incapaces de dar con las soluciones, son
ineptos, maquiavélicos y, por el contrario, siguen las directrices marcadas por las sombras
de la oligarquía y continúan el sinsentido de sus predecesores. Ellos mantienen
sus estatutos y privilegios, aunque sea a costa de millones y millones de
ignorantes y omisos ciudadanos. Ninguno de estos gobernantes es capaz de
enfrentarse con las sombras, siguen sus designios aunque suponga el hundimiento
de su Nación. En ello están.
El poder que recibieron de sus engañados ciudadanos lo utilizan en su
contra y los convierten, a éstos, en el centro de la diana donde hacer el
blanco. Nunca fueron buenos gobernantes, más bien todo lo contrario.
Son incapaces de enfrentarse a los verdaderos malhechores de este
mundo. No son buenos gobernantes, nunca lo fueron, nunca les interesó. No
pueden entender la existencia del dinero sin interés, ni de la energía
eléctrica gratuita e inagotable y nada contaminante. No pueden entender que se
fabriquen máquinas y herramientas que duren siglos. No pueden entender la
producción ecológica de alimentos sin pudrir la tierra. No pueden entender que
la medicina está para salvar las vidas de los enfermos y no para hacer negocio.
No pueden entender que todos los hombres y mujeres de este, aún bello planeta,
puedan ser ricos. No pueden entender que no halla guerras y asesinatos. No
pueden entender que esta Tierra podría ser un verdadero Paraíso si no fuera por
ellos.
No son gobernantes, son usureros y codiciosos, como lo son aquellos a
quienes realmente sirven: las sombras de la oscuridad.
Un viejo País está siendo conducido hacia el abismo. Un viejo País
donde la corrupción ha sido y es el estandarte de todos los que se decían
servidores públicos. Nunca les movió el interés de descubrir y acabar con el
saqueo de la Nación. Nunca sus leyes se hicieron para tales fines. Nunca su
preocupación rondó los límites de la decencia, honradez y de la ética humana.
Nunca en sus mentes ahondó la idea del bienestar de sus conciudadanos, nunca.
Modifican leyes, hacen decretos para salvaguardar sus intereses y los de sus
allegados. Hacen de lo blanco negro y de lo negro blanco. Engañan, mienten. Nos
estafan, chantajean y saquean.
El 13 siempre parece que fue mal número. Lo tendremos durante los 12
meses de este calendario gregoriano. Si pueden no lo duden, márchense,
márchense de este infierno en el que estamos y al que van a seguir transformando
en una tierra llena de parias. Por que al final estallará. A eso nos conducen.
Ellos sólo se ocupan de lo suyo y de que ninguno de su estirpe caiga porque con
estos, también ellos lo harían.
Somos otros, la mayoría, la que cae por ellos día tras día.
Es mi deseo, pese la cruda realidad, que este maleficio que nos han
impuesto sea desecho.
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